Su maestro Cesáreo Suárez y su padre la aficionan tempranamente a la lectura. Valle-Inclán, Unamuno, Baroja; pero muy en particular Pérez Galdós*, serán sus escritores preferidos. Entre los poetas, Amado Nervo o Rubén Darío, Tomás Morales* o Saulo Torón*, Montiano Placeres* o Ignacia de Lara*, son los que siente más próximos. Entre 1919 y 1920, decide seguir carrera universitaria y se traslada a la Península junto a su hermana Pino. En Granada, estudia Filosofía y Letras, mientras su hermana hace Farmacia. Lee autores franceses y se atreve a traducir a Byron. Pasa a Madrid, en donde hace los últimos cursos de sus estudios; asiste a tertulias privadas y museos; se interesa por el arte contemporáneo; participa del intercambio cultural en los colegios mayores y asiste también a los actos de la Residencia de Estudiantes. Conoce a García Lorca. Al propio tiempo, asume el espíritu de bohemia y libertad individual de esos años. Acaba sus estudios en la universidad y presenta su memoria de licenciatura sobre la novela picaresca y la figura del pícaro en la literatura española. Desde Gran Canaria, su padre y la Comunidad de Regantes de Telde contribuyen a que ese estudio se publique en Madrid. Regresa a su ciudad natal. Participa en la actividad sociocultural que en Telde desarrollan el Casino La Unión y la Sociedad Obrera Republicana, que también había ayudado a la edición de su libro. Asiste a la tertulia de Montiano Placeres y consolida su amistad con los escritores teldenses. Sin embargo, algunos no ven con buenos ojos tales maneras en una señorita y generan un ambiente hostil en torno a la escritora que, al parecer, tocaba al piano canciones ligeras y hasta cantaba cuplés, para escándalo de los biempensantes: su modernidad se consideraba intolerable. Con Dolores de la Vega, Dolores Martín, Patricio Pérez Moreno* y Fernando González*, figuraba entre los progres de la localidad. Mantiene correspondencia con Lorenzo Betancor, que colaboraba en la prensa de Las Palmas con el pseudónimo de René. Pasa algunas temporadas en la cercana localidad de Agüimes, en donde -al parecer- vivía más despreocupada y escribía con más libertad. De todas maneras, la incomprensión del entorno la hace pasar algunos períodos depresivos. Sin embargo, no deja de ser curioso que sus prosas literarias aparecieran regularmente, entre 1921 y 1923, en El Defensor de Canarias*, periódico católico, en donde siempre la apoyó el canónigo José Azofra. Y que, a partir de 1923, no publique ya nada en la prensa local. En 1939 toma la decisión de marcharse de la isla. Se dice que estuvo en el sur de Francia o en Argelia; pero donde sí se la localiza es en Barcelona, entre 1945 y 1946: embarca allí, en un buque italiano, con destino a Montevideo y Buenos Aires. Hace escala en el Puerto de La Luz, pero la escritora no puede siquiera desembarcar, por problemas con la documentación. Desde entonces, se le pierde por completo la pista y nunca se volverá a tener noticia alguna de ella. En 1926 publica, como hemos dicho, en Madrid, La novela picaresca y el pícaro en la literatura española. Y sus prosas, de singular factura, de El Defensor de Canarias, firmadas por la autora en Telde, Las Palmas, Agüimes, Valleseco o Granada, se reúnen en el volumen Antología de Hilda Zudán, con unas palabras previas de Antonio M.ª González Padrón y un breve pero muy notable poema de la autora (Ayuntamiento de Telde, 1999).