Cuando por la calles de mi ciudad lentamente circulo en un tranquilo paseo, y llevando la cabeza libre de preocupaciones y el cuerpo descansado, busco asiento en un banco de la Plaza de España o me doy un paseo por la calle Real. A la altura de la primera bocacalle, doblo a la izquierda y, llegando a la Avenida Marítima, allí, donde siempre, me siento a tomar una cerveza.
Ahora, ya a la orilla del mar y libre por un momento, me siento distendido y muy atento me pongo a contemplar a las personas que junto a mi mesa van pasando... Pasan ante mis ojos muchas personas. Desde aquel pobre anciano que apenas puede ya caminar, hasta unos extranjeros que, en pleno invierno, van sin camisa, o el chiquillo que no para de dar saltos y más saltos sin querer oír lo que su madre le dice y… Imágenes tras imágenes van sucediéndose ante mis ojos y, como quien de la vida ya mucho sabe, ni siquiera me doy cuenta de quién pasa, o si va mal o bien vestida o calzada, o si es flaca o gorda, alta o bajo... Sin embardo, ahora algo me llama la atención. Es algo que ya la mayoría ni siquiera mira porque lo que ven por normal lo dan...
Cansado de observar estaba cuando, como digo, algo me llamó poderosamente la atención. Seguro estoy de que si yo fuese un joven me parecería normal... Mas los que tenemos muchos abriles pasados, ver a una señora con su perro bien peinado, un bonito collar colocado en su cuello y su brillante correa a la que atado va, ya no me parece tan normal. Las imágenes básicas que en nuestra mente reposan y nos sirven de referente en nada están de acuerdo con lo que ahora mis ojos ven... Pero aun me quedo más asombrado cuando descubro que la susodicha señora lleva en sus manos los pañales necesarios, por si el perrito orina, y el correspondiente papel, por si el perrito hace… lo otro...
Ante esta real visión, acuden a mi mente una y mil imágenes de los años ya pasados y veo y comparo la cómoda vida de estos perros de hoy con aquellos desgraciados animales que otrora aquí mismo, en este entorno, vivieron años ha una… perra vida...
-¡Cuidado...! Por allí viene un perro...
Era esta una expresión muy común en aquellos lejanos tiempos que servía de advertencia para que tú, o tu amigo, se pusieran en guardia. Como eras un joven activo y algo “ruinejo”, instintivamente cogías una piedra del suelo y apuntabas al perro. Si llegabas a darle o no, era cuestión de habilidad. Tenía el pobre animal experiencia de muchas, muchas pedradas recibidas durante su perra vida e inmediatamente él, al ver al humano personal, se paraba en seco y -como quien lo está pensando- al momento daba la media vuelta y… patas pa que te quiero a lo lejos se perdía.
¿Dónde y cómo vivía el perro? Salvo muy raras excepciones, aquellos perros andaban solos, tristes, desamparados deambulando por esos campos o por los barrios de nuestros pueblos. Eran perros vagabundos. Al menos así los llamaban... La micosis persistente, en aquella época, mataba a los conejos salvajes, por lo que conejos que cazar y comer no había. Aunque el pobre perro algo tenía que llevarse a la boca. La disyuntiva era real: o comer lo que fuera o morir de hambre. La natural conservación de la vida los llevaba a buscar la comida, fuera donde fuera, y a comer sea lo que sea. Así que no era raro ver al flaco y esmirriado perro esperando junto al chiquero del cerdo para ver si a este algo de comida le sobraba o si el cerdo estaba despistado y, aprovechando el despiste, lo dejaba en ayunas. O verlos buscando frutas caídas de los árboles para comérselas, aunque ellas no fueran su bocado preferido. Tanta era el hambre que aquel pobre perro sentía, que mal aconsejado, y aprovechando la oscuridad de la noche, daba frecuentes asaltos a la conejera o al gallinero del vecino, y no con buenas intenciones... Así que no solo se comía a aquel conejo o a aquella gallina, sino que además, con sus dientes o con sus patas, destrozaba el gallinero o la conejera.
Así, resultaba que el perro discutía la comida con el hombre y el hombre con el perro... Y estas y otras situaciones hicieron que el hombre y el perro se respetaran, si no se odiaban a muerte...
-Por allí viene un perro...
Esto decía aquel muchacho y de inmediato se agachaba, cogía del suelo una piedra y se ponía en guardia preparado para cuando el animal se pusiera al alcance de la piedra… El perro, conciente de esta peligrosa situación, frenaba en seco al ver al joven. Miraba a todas partes e inmediatamente se daba la media vuelta y… patas pa que te quiero... Entre el perro y el hombre o entre el hombre y el perro, pues, no había muy buenas relaciones, mas también había algunas excepciones...
Obviamente, hay que decir que había perros con suerte de tener un dueño que les daba cama para dormir y comida para alimentarse. Eran estos los perros guardianes de aquellas casas solariegas que, por otra parte, vivían aterrados cuando cerca de ellos pasaban los otros hambrientos perros, los cuales, desafiantes, les comían la poca comida que les pertenecía.
Ante este conocimiento previo y básico que yo sobre perros tenía, y la visión que ante mis ojos contemplaba, había un profundo vacío y máxime cuando alguien me contó que la buena señora llevaba dentro de su bolso un especial abrigo diseñado a medida, por si su perro… sentía frío...
En aquel momento reflexioné y comprendí cuán triste fue la perra vida… de aquellos nuestros viejos perros.